Sal, oro y resíduos en el mar

Los mares y océanos, por su tamaño, han sido vistos generalmente como inmensos basureros en los que arrojar todo aquello que nos sobra, confiando en que, así, el problema está solucionado. Y no es cierto.

Se sabe que la lluvia que nos cae suele formarse mar adentro y por tanto, si el agua está contaminada nos lloverá esta agua tóxica tras arrastrar además todos los gases nocivos y polvo en suspensión generado en las ciudades. Además, los peces que comemos han vivido y crecido en esas aguas, por lo cual acaba retornando a nosotros todos los deshechos que hemos echado a ellas.

Mar como vertedero

Pero, ¿por qué actuamos así? Quizás porque hemos visto que siempre que hay una gran tormenta, los ríos cargados de barro y materiales arrastrados durante su curso son arrojados al mar. En cuestión de días o incluso horas, vuelve a mostrarse totalmente en calma y con su bella tonalidad azulada. El mar se nos muestra como un gran vertedero natural que no parece alterarse con la cantidad de fragmentos vegetales, rocas y lodos que ha recibido. El poder de regeneración que le suponemos al mar es inmenso, pero tal vez lo estemos sobrevalorando y llevando al límite.

Y es que, efectivamente, las aguas marinas suelen actuar como ingentes depósitos de materiales naturales que llegan desde tierra firme. Las corrientes marinas suelen dispersar y distribuir estos sedimentos en áreas más o menos extensas formándose, por ejemplo, barreras de arena a cierta distancia de la costa.

Por otro lado, las aguas de lluvia (que al caer a tierra reciben el nombre de escorrentía superficial) viajan por la superficie del terreno aprovechando la inclinación y lavándolo, hasta que llegan a zonas de menor pendiente donde se acumulan formando lagos o ríos, hasta finalmente desembocar en el mar. Como consecuencia de este lavado, las aguas que desembocan en el mar van cargadas de sedimentos más o menos disueltos. Por eso el agua marina nos sabe salada, por la gran cantidad de distintas sales que formaban rocas y que ahora están disueltas.

De hecho, si analizamos una muestra de agua marina encontraremos que el 90 % de ella está formada por sodio, cloro, oxígeno, azufre, nitrógeno, magnesio, calcio y potasio. Como media, el 3,5 % en volumen de agua de mar se estima que está constituido por sedimentos disueltos, si bien hay mares con mayor concentración (y con menos, claro).

Por eso mismo, cuando nos tumbamos a descansar al sol tras haber estado en el agua, es frecuente que al evaporarse el agua se nos quede la superficie cubierta de sales que vemos o bien notamos al sentir la piel tirante o quizás más suave. Precisamente tras observar este hecho, el ser humano comenzó a construir pequeñas balsas de agua marina de escasa profundidad para que permitiesen una rápida evaporación del agua, obteniendo así grandes acumulaciones de sal marina. Esta sustancia es imprescindible para nuestro organismo.

Salinas de Lanzarote

De igual manera, hay elementos preciosos para la humanidad que son de muy costosa extracción de las rocas en las que se encuentran, por la baja cantidad en la que aparece. Un ejemplo de ello es el oro, el litio, la plata, el mercurio y tantos otros elementos que requieren destruir y machacar miles de toneladas de rocas en minas y canteras, para obtener apenas unos gramos de estos elementos.

Sin embargo, este lavado producido por las aguas de lluvia, al que hemos hecho referencia antes, es capaz de disolver rocas con estos preciados minerales y verterlos en el mar, donde se depositan. Así, la mayor acumulación de oro en la superficie terrestre son actualmente los mares y océanos. Con todo, su concentración es aproximadamente 0,000.000.004 gramos por litro de agua marina y 0,000.000.003 g/l para la plata.


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