Observar el cielo a simple vista

La curiosidad y la necesidad de saber lo que acontecía en el cielo ha llevado al hombre desde sus orígenes a observarlo detenidamente. Mucho antes de la aparición del telescopio y de otras tecnologías, ya se realizaban cálculos astronómicos a simple vista o a ojo desnudo. Para ello se utilizaban las grandes estructuras naturales. Montañas, montes o grandes rocas servían como puntos de referencia.

Observatorios naturales

Monolitos astronómicos

Con el paso de los años, los astrónomos de la prehistoria y de la antigüedad comenzaron a colocar monolitos alineados para señalar aquellos lugares ideales para contemplar el firmamento. Surgían así los primeros observatorios naturales.

Es el caso del observatorio solar de Newgrange, en Irlanda, construido en el siglo XXXIV antes de Cristo. También, entre los años 3150 a 2500 a. C., en la isla de Malta se construyó el complejo megalítico del templo de Hagar Qim, que mostraba alineamientos solares y lunares.

Primera aproximación a la ciencia

Hacia el siglo VI a.C. algo empezó a cambiar. Hasta entonces, la voluntad de los dioses bastaba para explicarlo todo. Los primeros filósofos naturalistas empezaron a buscar una lógica en el orden natural que relacionara entre sí los fenómenos. Según esa idea innovadora, el hombre podía comprender y describir la naturaleza, cielo incluido, usando la mente. Por algo se empieza.

Mileto

Esos primeros científicos (Tales, Anaximandro, Anaxímenes), reunidos en Mileto, observaron el cielo y la Tierra, elaboraron cartas náuticas y plantearon hipótesis sobre la Tierra, los planetas, las estrellas y las leyes que describen sus movimientos. La ciencia, entendida como interpretación racional de lo que se observa, empezó así su andadura. Por supuesto, la mayor parte de la humanidad siguió creyendo en dioses y espíritus. En esto, poco hemos cambiado.


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